sábado, 9 de febrero de 2013

LA PASTA (I)



Que el becerro de oro fuera de oro parece claro. Pero me pregunto: ¿por qué un becerro (es decir, la cría macho de la vaca hasta de uno o dos años, poco más)? Por cierto que becerros se llamó en tiempos (asombroso) a ciertos libros de cuentas.
                                    ¿Es por aquello de las reses que el pueblo de Israel sacrificaba a su Dios? ¿Era un rescate? ¿El medio convertido en fin? El becerro, dice Israel idólatra, es mío. Me lo quedo y lo adoro. Cambio carne y sangre por oro. El becerro ya no sangra. Ya no arde. Solo reluce. No todo lo que reluce es oro. Pero todo oro reluce. Y no quema.
                                    Si el dinero es el único bien (y parece que lo es, en los comentarios de a pie y en los medios que los airean), la justicia (supuesta) está de más. ¿A qué viene la vieja cuestión del bien y el mal? En su balanza solo pesa el más o menos… dinero.
                                    La justicia se comporta como el vendedor de hortalizas u otro género. El que compra le dice: péseme la pena que me toca pagar y dígame cuánto cuesta. Pero ¿de qué se le acusa? Y ¿eso qué importa? Usted pese y cóbreme. Aquí no hablamos de culpas o responsabilidades. Todos somos irresponsables. Hablamos de pasta. ¿Cuánto?

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