miércoles, 20 de febrero de 2013

LEY DE VIDA



Ley de vida. Un tópico socorrido. ¿Por qué se dice socorrido de lo que socorre? El tópico acude a socorrer a todo aquél (casi todos) que no sabe qué decir. El de ley de vida, en particular, se aplica a la muerte. Como el de no somos nadie.
                                               Es verdad que la vida tiene sus leyes (misteriosas las más) y que podemos dejar de ser lo que somos en un santiamén (curioso que a la santiguada se la tome como señal del instante, como el hacerse cruces lo es del asombro). Y que ambos tópicos, como todos los tópicos, nada añaden a lo dicho y redicho.
                                               Pero cubren (una buena capa todo lo tapa) y encubren el universal horror silentii que padece nuestra sociedad enferma, compulsivamente parlanchina. Diga usted lo que quiera, aunque sea banal, o impertinente, aunque no venga a cuento, pero diga algo. El silencio para el reloj, paraliza el tiempo. Es un puro horror.
                                               No importa que lo que usted diga haya sido dicho infinitas veces. Ni si ha o no ha lugar. Diciendo algo, lo que sea, nos quita usted un peso de encima. El silencio pesa. Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo un silencio como de media hora.

sábado, 9 de febrero de 2013

LA PASTA (III)



Releer la historia, o el mito (deslindarlos es imposible: la historia, en cuanto es contada, se convierte en mito) del Becerro de Oro es como leer la crónica de cada día. El crimen es un mero efecto secundario de las finanzas. Algo necesario e ineluctable de lo que a nadie puede responsabilizarse o pedir cuentas. Las cuentas no se piden, piden.

                                    La vida, simple y vivida, el vivir sin más (a lo que se llama, no sé si con verdad o ironía, sobrevivir) no está de moda. Ni la ajena, que el financiero compra y vende a su antojo sin el menor pudor. Ni la propia, que se cifra en lo que no es, arruinándola si es preciso (y lo es) en aras del Becerro. (El Becerro sigue reclamando vidas humanas).

                                    Nadie entiende que el astado todopoderoso es, más allá de sus crímenes, un irracional que arruina vidas, la propia y las ajenas. Soy rico, luego no soy. Si alguien no es nadie es el rico absoluto, libre de todo, incluso de la vida. Rico equivale a muerto.

                                    Es un muerto en vida. Muerto sin haber muerto. A veces el alma muere antes que el cuerpo. A veces el cuerpo (es el caso) abandona al alma antes de que el alma abandone al cuerpo. El rico absoluto es lo que los griegos llamaban una entelequia.

LA PASTA (II)



Ya sé por qué al dinero se lo llama la pasta. Porque une. Es como un pegamento que se aplica, como debe ser, a las superficies de los dos cuerpos a ajuntar. Pasta con pasta. Y elimina toda diferencia que pudiere haber de credos o ideales, de posturas o criterios, de actitudes o temperamentos. Practica el temperamento igual.
                                    La pasta transita, o hace transitar, de una tonalidad a otra, emocionalmente distintas pero cuantitativamente semejantes, sin novedad. Uno va y viene, de un lado a otro, sin que el cabello se le erice o el pulso lo acuse. Por la pasta que todo lo empasta.

LA PASTA (I)



Que el becerro de oro fuera de oro parece claro. Pero me pregunto: ¿por qué un becerro (es decir, la cría macho de la vaca hasta de uno o dos años, poco más)? Por cierto que becerros se llamó en tiempos (asombroso) a ciertos libros de cuentas.
                                    ¿Es por aquello de las reses que el pueblo de Israel sacrificaba a su Dios? ¿Era un rescate? ¿El medio convertido en fin? El becerro, dice Israel idólatra, es mío. Me lo quedo y lo adoro. Cambio carne y sangre por oro. El becerro ya no sangra. Ya no arde. Solo reluce. No todo lo que reluce es oro. Pero todo oro reluce. Y no quema.
                                    Si el dinero es el único bien (y parece que lo es, en los comentarios de a pie y en los medios que los airean), la justicia (supuesta) está de más. ¿A qué viene la vieja cuestión del bien y el mal? En su balanza solo pesa el más o menos… dinero.
                                    La justicia se comporta como el vendedor de hortalizas u otro género. El que compra le dice: péseme la pena que me toca pagar y dígame cuánto cuesta. Pero ¿de qué se le acusa? Y ¿eso qué importa? Usted pese y cóbreme. Aquí no hablamos de culpas o responsabilidades. Todos somos irresponsables. Hablamos de pasta. ¿Cuánto?

martes, 5 de febrero de 2013

REVOLUCIONES


¿Por qué cuesta imaginar hoy en Occidente (aunque pueda suceder en cualquier momento) una nueva revolución? Porque, para bien y para mal, una revolución requiere cierta decencia, que no hay, cierta ingenuidad, ausente, algún que otro ideal, impensable, renuncias indeseables, arrestos venidos a menos…
                                    Ganan los ricos (es decir, los que ganan) desde el momento (y es éste) en que todos quieren serlo. La riqueza material se ha convertido por paradoja en ideal único. Marx tenía razón. Lo malo es que quizá solo tenía razón. Es decir, estaba loco. O peor: era un loco. Y nos ha vuelto locos a todos. Nunca hubo tanto comunista suelto.
Bien entendido que lo único común, lo que nos hace comunes y nos comunica, hoy es el dinero. O, dicho con palabras del filósofo y maestro, el capital que, como su propio nombre indica (el único nombre propio, los demás son comunes) se nos ha subido a la cabeza, de donde procede (capital bien de caput). El capital es lo capital.
Las razones materialistas son verdaderas razones y solo razones. Atienden a lo que nos es común. Y nos viene de la cabeza y a la cabeza vuelve: la pasta.
Yerra, a juicio del hombre actual, el Arcipreste de Hita cuando escribe: Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera. / El hombre por dos cosas se mueve: la primera / por el sustentamiento, que la segunda era / por arrejuntamiento con hembra placentera.
El clérigo castellano, como el filósofo griego, era lo que se dice realista. Al pan pan y al vino. Pero el hombre moderno descree de lo común, que es lo propio (la vida, es decir, el sustentamiento y el arrejuntamiento) y se aferra a lo que cree propio (la propiedad) y que sin embargo es lo común (el dinero). Declina el ser a favor del poseer.
Ojalá (no lo espero, pero lo deseo) su desposesión le recondujera al simple pero auténtico gozo de ser.