¿Por qué cuesta imaginar hoy en
Occidente (aunque pueda suceder en cualquier momento) una nueva revolución?
Porque, para bien y para mal, una revolución requiere cierta decencia, que no
hay, cierta ingenuidad, ausente, algún que otro ideal, impensable, renuncias
indeseables, arrestos venidos a menos…
Ganan los ricos (es
decir, los que ganan) desde el momento (y es éste) en que todos quieren serlo.
La riqueza material se ha convertido
por paradoja en ideal único. Marx
tenía razón. Lo malo es que quizá solo tenía razón. Es decir, estaba loco. O
peor: era un loco. Y nos ha vuelto locos a todos. Nunca hubo tanto comunista
suelto.
Bien entendido que lo único
común, lo que nos hace comunes y nos comunica, hoy es el dinero. O, dicho con
palabras del filósofo y maestro, el capital
que, como su propio nombre indica (el único nombre propio, los demás son
comunes) se nos ha subido a la cabeza, de donde procede (capital bien de caput). El capital es lo capital.
Las razones materialistas son
verdaderas razones y solo razones. Atienden a lo que nos es común. Y nos viene
de la cabeza y a la cabeza vuelve: la pasta.
Yerra, a juicio del hombre
actual, el Arcipreste de Hita cuando escribe: Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera. / El hombre por dos cosas se
mueve: la primera / por el sustentamiento, que la segunda era / por
arrejuntamiento con hembra placentera.
El clérigo castellano, como el
filósofo griego, era lo que se dice realista. Al pan pan y al vino. Pero el
hombre moderno descree de lo común, que es lo propio (la vida, es decir, el sustentamiento y el arrejuntamiento) y se aferra a lo que cree propio (la propiedad) y
que sin embargo es lo común (el dinero). Declina el ser a favor del poseer.
Ojalá (no lo espero, pero lo deseo)
su desposesión le recondujera al simple pero auténtico gozo de ser.
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