martes, 5 de febrero de 2013

REVOLUCIONES


¿Por qué cuesta imaginar hoy en Occidente (aunque pueda suceder en cualquier momento) una nueva revolución? Porque, para bien y para mal, una revolución requiere cierta decencia, que no hay, cierta ingenuidad, ausente, algún que otro ideal, impensable, renuncias indeseables, arrestos venidos a menos…
                                    Ganan los ricos (es decir, los que ganan) desde el momento (y es éste) en que todos quieren serlo. La riqueza material se ha convertido por paradoja en ideal único. Marx tenía razón. Lo malo es que quizá solo tenía razón. Es decir, estaba loco. O peor: era un loco. Y nos ha vuelto locos a todos. Nunca hubo tanto comunista suelto.
Bien entendido que lo único común, lo que nos hace comunes y nos comunica, hoy es el dinero. O, dicho con palabras del filósofo y maestro, el capital que, como su propio nombre indica (el único nombre propio, los demás son comunes) se nos ha subido a la cabeza, de donde procede (capital bien de caput). El capital es lo capital.
Las razones materialistas son verdaderas razones y solo razones. Atienden a lo que nos es común. Y nos viene de la cabeza y a la cabeza vuelve: la pasta.
Yerra, a juicio del hombre actual, el Arcipreste de Hita cuando escribe: Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera. / El hombre por dos cosas se mueve: la primera / por el sustentamiento, que la segunda era / por arrejuntamiento con hembra placentera.
El clérigo castellano, como el filósofo griego, era lo que se dice realista. Al pan pan y al vino. Pero el hombre moderno descree de lo común, que es lo propio (la vida, es decir, el sustentamiento y el arrejuntamiento) y se aferra a lo que cree propio (la propiedad) y que sin embargo es lo común (el dinero). Declina el ser a favor del poseer.
Ojalá (no lo espero, pero lo deseo) su desposesión le recondujera al simple pero auténtico gozo de ser.

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