lunes, 26 de marzo de 2012

PODER Y RED.

La Red y el poder son hermanos gemelos. La Red es poder y el poder se comporta como red. De ahí que sus estrategias respectivas resuenen. Y una de ellas consiste en un perpetuo y compulsivo aplazamiento. Una y otro aplazan indefinidamente sus movimientos y los concentran en el único y supremo de perpetuarse.

Se supone que al que ambiciona poder le mueve el deseo de poder hacer. Y así es probablemente. Pero, tan pronto como ha adquirido una parcela de él, ésta se le antoja insuficiente. Y se emplea a fondo en ampliarla. Tan a fondo que desvía su capacidad de hacer algo al empeño de poder hacer mucho más. El poder invierte sus armas en acrecentarse. No son armas para la guerra, sino armas para las armas.

Pues bien, la Red obra de modo semejante. Su señuelo, su poder, es la actualidad. La Red nos actualiza, no pone al día, al minuto, al segundo, a la décima de segundo. Su emblema es ser actual y que seamos actuales, que estamos "on line". Con lo cual no nos deja actuar. Déjese de hacer y déjese hacer: actualícese.

No actúe: sea actual, aunque el serlo le impida actuar. Esté siempre al día y deje que en ello transcurra el día. No pierda el tren. Adónde le lleve es lo de menos. Entrénese. No para jugar, sino para saberse entrenado. Que no se le escape el presente (efímero). Vaya con él y olvídese del pasado (que ya pasó) y descrea del porvenir (que está por venir). Sea actual. Más tarde (nunca, que siempre será tarde) actuará.

jueves, 22 de marzo de 2012

ARQUITECTURA

La arquitectura solo tiene sentido para quien es capaz de percibir alrededor, una percepción que a la sazón se halla notablemente disminuida.

La vista cansada es síndrome de vejez y el mundo ha envejecido hasta la chochez. Todo él ve a lo lejos, en lontananza. Y no ve lo que tiene delante de sus narices (las narices, dicho sea de paso, han decaído asimismo). La lontananza de los "medios", la lejanía de la "Red", el globo de la aldea que no por casualidad se llama "aldea global". De lejos, lo que usted quiera. Pero de lo inmediato (no pasado por el agua de los medios), de lo que está al alcance de la mano, y no solo de la vista, de lo tangible, o al menos vecino, de eso nada de nada. La vecindad ¿qué es la vecindad? Y el tacto, literal y figurado, ¿adónde ha ido a parar?

Sin tacto y sin vecinos, andamos como sonámbulos, internautas en la Red, "iPadhianos" e "iPhonianos" a la deriva de un espacio virtual, no real, adonde el sentido de la dimensión no ha lugar. Nada es grande o pequeño. Nada está cerca o lejos. Y no hay detrás o vuelta atrás. Es un espacio sin trasero. Sin culo. No es que todo el mundo en él esté dispuesto a enseñar el culo. Es que no hay culo. Ni, por supuesto, intimidad. No hay adentro. Y no es que la gente no se avergüence de mostrarlo. Es que carece de él. Lo que se ve es lo que hay. No hay más. Ni adentro, ni alrededor. Sólo lejanías, lontananzas, horizontes mercantiles.

El que los vende (fotógrafo, mercader, informático, mediático) los pone adonde quiere y como quiere, pero lejos, siempre a lo lejos. ¿Arquitectura? Querrá usted decir arquelogía. Hablamos del pasado, que es otra especie de alejamiento. Del presente poco hay que decir. O nada. No hay presente. ¿Quién osa hacer gala de un presente propio? ¿O de una presencia real? Ni lo uno, ni la otra: ni presente, ni presencia.

El presente se nos va en actualizaciones, que nos enganchan a un supuesto futuro. Porque lo último nunca es lo último, siempre lo penúltimo. Y en cuanto a la presencia... ¡qué disparate! Presencia ¿de qué? ¿Que tú estás aquí? ¿Y a mí qué me importa? Las voces que yo oigo vienen de lejos. A tí te oigo como quien oye llover. Tú estás cerca y me cercas. Eres un agobio, vecino. El móvil me reclama. Tú muérete.

Lo que me importa no es el ahora, sino luego, luego, luego. Siempre luego. Sí, ya sabemos que el siempre luego es igual a nunca. Así que AQUÍ no. Y AHORA tampoco. Ni aquí, ni ahora, Si acaso, ALLÁ. Si acaso, DESPUÉS. Somos un puro interrogante sin respuesta, ni responsabilidad, ni responsables.

Por eso, arquitectura ¿a santo de qué? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿De qué? Es una antigualla. Como mucho, hablemos de arqueología ¿no es lo mismo? ¿Volvemos a la aldea? No. Nos vamos en globo. Lejos. Lejos. Lo de al "aldea global" es otro eufemismo. Lo que hay es un "globo" adonde viajamos "aldeanos".

lunes, 19 de marzo de 2012

LENGUAJE Y GÉNERO

Para echar leña al fuego del insensato rifirrafe sobre la lengua y los atributos de género (masculino/femenino y ¿por qué no? neutro) que ella practica, cabe observar cómo se insiste al respecto, por activa y por pasiva, en la deficiente "visibilidad" de la mujer que aquélla otorga. Parece que la lengua castellana, tal y como se halla a la sazón, "invisibiliza" a las damas. Y ello se supone injusto. Y se reclama que las haga más visibles.

Para empezar está por ver que lo visible aventaje a lo invisible. Hemos perdido el sentido y la profundidad de lo invisible y sus valores a menudo superiores. Lo mejor no se ve. Y lo óptimo no se deja ver. Ser invisible no es un menoscabo, ni implica desventaja (el poder invisible es más poderoso).

La visibilidad es imprescindible solo cuando se predica de una mercancía. Solo a la mercancia conviene, por razón de serlo, la visibilidad. No se vende lo que no se deja ver, se hace ver, es imposible no ver y volver a ver. Solo, pues, en la medida en que hombres y mujeres asumen el estatuto de mercancías, la visibilidad se les convierte en indispensable acreditación.

Lo cual a unas y a otros concierne en cuanto su negocio consista en cierta especie de prostitución. La ciudad de Amsterdam hace gala de una tradición en este sentido. Y así en uno de sus barrios, el consagrado a este comercio, muestra sus mercancías y las hace visibles.

Solo si el oficio del que hablamos es el conocido como "el más viejo del mundo" (cuando el mercader se convierte en mercancía) la compraventa reclama visibilidad. En los demás oficios, no tan viejos, la visibilidad se aplica a la mercancia y ésta es ajena al género y la lengua, que sepamos, no la discrimina. El arquitecto la sustenta en sus obras, el médico en sus terapias, el abogado en sus pleitos, etcétera.

Son prácticas a veces visibles (la arquitectura lo es) y a veces invisibles (la salud o la justicia no se dejan ver, pero están ahí y las apreciamos en su justo valor). Ya es hora de hacer ver que el dejarse ver, o el hacerse ver, no es lo que más importa. En ocasiones vale más hacerse oír. O dar que pensar.

Y la lengua, todas las lenguas, está en ello. Aunque no muestre lo que dice. Porque no es lo suyo. Y más bien sugiera, o suscite. O simplemente apunte. Sin el acopio de otras imágenes que aquéllas que la imaginación de cada cual, una actividad en franco desuso y abierta decadencia, fabrica y a mucha honra.