miércoles, 10 de septiembre de 2014

DEMOCRACIA



Concedo que la democracia es, en abstracto, el menos malo de los sistemas políticos. Ahora bien, en concreto (y hablo de la nuestra), salta a la vista que es una monumental chapuza. ¿El poder del pueblo soberano? Para empezar, el pueblo es una entelequia. Lo que hay es gente. Gente que opina y vota. Y a la que se engaña. Los más, es decir la mayoría, deciden con su voto quiénes van a ser los que, por un cierto tiempo limitado (ventajas de la democracia), estafen a toda la población y vivan a cuenta de esa estafa.
Obsérvese, por otra parte, que no elegimos gobernantes. Ni menos administradores de nuestros, pequeños o grandes, recursos. A sabiendas o sin saberlo, elegimos fiscales. O dicho más llano: acusicas. Usted vota a un acusador. O a una panda de ellos. Véase que ya nadie dice soy el mejor. Ni siquiera qué bueno soy. Eso nadie se lo creería. Dicen (es más fácil de creer) qué malo es el otro. Y entre todos nos convencen de que todos son malísimos. Aireando maldades ajenas disimulan la ausencia de bondades propias.
                El convencimiento de que los más de ellos son corruptos es algo que les debemos agradecer. Ellos mismos nos lo señalan con contundencia, acusados y acusadores que, sin estar limpios de pecado, se arrojan cuantas piedras tienen a mano. Seguimos en la Edad Media. O hemos vuelto a ella. Hay dos bandos, montescos y capuletos, siempre dispuestos a enzarzarse. Como la guerra civil quedó atrás, a Dios gracias, habrá que dirimir la contienda de manera menos bárbara, si no más civilizada.
Y aquí viene al caso la solución medieval. Que cada bando elija a su combatiente y que ambos elegidos se echen los trastos a la cabeza, en nombre y para regocijo de unos y otros. Se lo llamó entonces juicio de Dios. Hoy se lo llama democracia parlamentaria. Pero viene a ser lo mismo. No elegimos gobernantes, sino gallos de pelea para que el espectáculo no decaiga. Es otra guerra. Incruenta, pero estéril. Y el Parlamento es la chusma que corea, azuzándola, la pelea de los gallos protagonistas. Dale más fuerte.
                Y yo me digo: ¿para qué votan, si saben (lo sabemos todos) lo que van a votar, lo que han de votar, si la farsa ha sido ensayada y amañada? Yo propongo un Palacio de las Cortes adonde solo haya pasillos. Son los únicos espacios adonde ocurren cosas. Es la diferencia con la corte del Rey Sol, adonde solo había alcobas, ensartadas en largas series que llamaban enfilades. Las alcobas, en nuestro caso, son para los ministerios (las llaman despachos). Al edificio del Parlamento le bastan los pasillos.
Aunque no estaría de más un laberinto para las minorías. Para que se pierdan. Y el hemiciclo está pidiendo a gritos unas vaquillas sueltas. Como un símbolo, en todo caso. A la mitad del país no le desagradaría que el hemiciclo fuera ciclo entero. Un coso. Pero todos no somos de la cuerda. Confórmense, pues, con medio coso. O, si quieren, con un poco más, como en el teatro griego. Porque, en un circo completo ¿adónde colocaríamos a las cámaras? Porque la cámara vive de las cámaras. Y viceversa.
               

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