Concedo que la democracia es, en
abstracto, el menos malo de los sistemas políticos. Ahora bien, en concreto (y hablo
de la nuestra), salta a la vista que es una monumental chapuza. ¿El poder del
pueblo soberano? Para empezar, el pueblo es una entelequia. Lo que hay es
gente. Gente que opina y vota. Y a la que se engaña. Los más, es decir la
mayoría, deciden con su voto quiénes van a ser los que, por un cierto tiempo
limitado (ventajas de la democracia), estafen a toda la población y vivan a cuenta
de esa estafa.
Obsérvese, por otra parte, que
no elegimos gobernantes. Ni menos administradores de nuestros, pequeños o
grandes, recursos. A sabiendas o sin saberlo, elegimos fiscales. O dicho más llano:
acusicas. Usted vota a un acusador. O a una panda de ellos. Véase que ya nadie
dice soy el mejor. Ni siquiera qué bueno soy. Eso nadie se lo creería.
Dicen (es más fácil de creer) qué malo es el otro. Y entre todos nos convencen
de que todos son malísimos. Aireando maldades ajenas disimulan la ausencia de
bondades propias.
El convencimiento de que los más
de ellos son corruptos es algo que les debemos agradecer. Ellos mismos nos lo
señalan con contundencia, acusados y acusadores que, sin estar limpios de
pecado, se arrojan cuantas piedras tienen a mano. Seguimos en la Edad Media. O
hemos vuelto a ella. Hay dos bandos, montescos
y capuletos, siempre dispuestos a
enzarzarse. Como la guerra civil quedó atrás, a Dios gracias, habrá que dirimir
la contienda de manera menos bárbara, si no más civilizada.
Y aquí viene al caso la solución
medieval. Que cada bando elija a su combatiente y que ambos elegidos se echen
los trastos a la cabeza, en nombre y para regocijo de unos y otros. Se lo llamó
entonces juicio de Dios. Hoy se lo llama democracia parlamentaria. Pero viene a
ser lo mismo. No elegimos gobernantes, sino gallos de pelea para que el
espectáculo no decaiga. Es otra guerra. Incruenta, pero estéril. Y el
Parlamento es la chusma que corea, azuzándola, la pelea de los gallos protagonistas.
Dale más fuerte.
Y yo me digo: ¿para qué votan,
si saben (lo sabemos todos) lo que van a votar, lo que han de votar, si la
farsa ha sido ensayada y amañada? Yo propongo un Palacio de las Cortes adonde
solo haya pasillos. Son los únicos espacios adonde ocurren cosas. Es la
diferencia con la corte del Rey Sol, adonde solo había alcobas, ensartadas en
largas series que llamaban enfilades.
Las alcobas, en nuestro caso, son para los ministerios (las llaman despachos).
Al edificio del Parlamento le bastan los pasillos.
Aunque no estaría de más un
laberinto para las minorías. Para que se pierdan. Y el hemiciclo está pidiendo
a gritos unas vaquillas sueltas. Como un símbolo, en todo caso. A la mitad del
país no le desagradaría que el hemiciclo fuera ciclo entero. Un coso. Pero todos
no somos de la cuerda. Confórmense, pues, con medio coso. O, si quieren, con un
poco más, como en el teatro griego. Porque, en un circo completo ¿adónde
colocaríamos a las cámaras? Porque la cámara vive de las cámaras. Y viceversa.
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