El dinero no solo nos hace
ciegos. Nos hace además sordos y mancos, desabridos y sin olfato. Es decir, que
suprime, o inhibe al menos, las capacidades de todos nuestros sentidos. Es el sinsentido esencial.
Prendidos a él, no hay amanecer,
el sol no sale ni se pone, la basura de las estrellas se amontona en las
pantallas, no hay pájaros que cantan, ni árboles en flor, de los frutos ni se
sabe, el viento no sopla (como no sea para llevar y traer palabras, envenenadas
o huecas), no pisamos el suelo que pisamos, la risa es mueca y el llanto
mercancía.
No. Internet no
es dios, como quiere el blasfemo M. Vicent. Dios es el dinero. Y el mercado es
su ministro. Internet, como mucho, es su profeta (o su portavoz). Se dijo: hecha la ley, hecha la trampa. Y yo
digo: hecho el dinero, hecha la rapiña.
El capital es como Narciso: está
enamorado de sí mismo. Y así, ofende al trabajador, menospreciando su trabajo,
que lo ennoblece, y lo esclaviza. Viene a decirle: lo que te hace noble, tu
trabajo, nada vale. Lo que vale es el dinero, que tú no tienes y del que tú
eres y serás esclavo para siempre. ¿Qué te habías creído?
Sobre el tópico de la felicidad
que procura, o no, el dinero escribí hace un tiempo esta consideración: el
dinero, si no nos hace felices, nos ayuda a serlo, porque nos atonta. Y a un
tonto le es más fácil ser feliz que a otro que no lo es. Si el horizonte mental
es más estrecho, habrá menos obstáculos que vencer en el logro de la felicidad.
Sigo pensando lo mismo, o parecido.
Pero, sobre los efectos del dinero previos al logro de la felicidad, pienso que
no tanto menoscaban el entendimiento cuanto degradan la sensibilidad. El
dinero, más que entontecer, embrutece.
Con lo que ahorra causas de
infelicidad. El insensible halla menos ocasiones de dolerse o condolerse. Se
acoraza. La compasión le es ajena. Todo le resbala. Vive en estado de perpetua
anestesia. Se atrinchera en su riqueza. Se parapeta detrás de sus bienes. Ni ve
ni oye. Solo toca… lo que tiene: que siempre será algo, nunca alguien.
Poseer y poder: son las prendas,
o las presas, que allega el dinero. Lo primero esclaviza (sueña el rico en su riqueza / que más cuidados le ofrece). Lo
segundo crea asimismo adicción, no a lo que ya se posee, aunque sea mucho, sino
a lo que queda por poseer.
El mercado nos induce a creer
que el dinero es el Sumo Bien. Éste sería su credo:
Creo en el Dinero, padre
todopoderoso, creador de la Felicidad y la Opulencia.
Creo en el Mercado, su único
hijo, que fue concebido por obra y gracia del Consumo y nació de la Avaricia,
anduvo en la Guerra, fue crucificado, muerto y sepultado por unos pocos
eremitas locos, pero resucitó al tercer día de entre los pobres y subió a la
Banca. Y desde allí ha de venir a juzgar a Herederos y Heredados. Y su Reino no
tendrá fin.
Creo
en el espíritu de Codicia, en la santa y católica Bolsa, en la Mafia de los
ricos, en la Amnistía fiscal, en la resurrección de la Renta y en los Paraísos
Fiscales. Amén.
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