lunes, 19 de marzo de 2012

LENGUAJE Y GÉNERO

Para echar leña al fuego del insensato rifirrafe sobre la lengua y los atributos de género (masculino/femenino y ¿por qué no? neutro) que ella practica, cabe observar cómo se insiste al respecto, por activa y por pasiva, en la deficiente "visibilidad" de la mujer que aquélla otorga. Parece que la lengua castellana, tal y como se halla a la sazón, "invisibiliza" a las damas. Y ello se supone injusto. Y se reclama que las haga más visibles.

Para empezar está por ver que lo visible aventaje a lo invisible. Hemos perdido el sentido y la profundidad de lo invisible y sus valores a menudo superiores. Lo mejor no se ve. Y lo óptimo no se deja ver. Ser invisible no es un menoscabo, ni implica desventaja (el poder invisible es más poderoso).

La visibilidad es imprescindible solo cuando se predica de una mercancía. Solo a la mercancia conviene, por razón de serlo, la visibilidad. No se vende lo que no se deja ver, se hace ver, es imposible no ver y volver a ver. Solo, pues, en la medida en que hombres y mujeres asumen el estatuto de mercancías, la visibilidad se les convierte en indispensable acreditación.

Lo cual a unas y a otros concierne en cuanto su negocio consista en cierta especie de prostitución. La ciudad de Amsterdam hace gala de una tradición en este sentido. Y así en uno de sus barrios, el consagrado a este comercio, muestra sus mercancías y las hace visibles.

Solo si el oficio del que hablamos es el conocido como "el más viejo del mundo" (cuando el mercader se convierte en mercancía) la compraventa reclama visibilidad. En los demás oficios, no tan viejos, la visibilidad se aplica a la mercancia y ésta es ajena al género y la lengua, que sepamos, no la discrimina. El arquitecto la sustenta en sus obras, el médico en sus terapias, el abogado en sus pleitos, etcétera.

Son prácticas a veces visibles (la arquitectura lo es) y a veces invisibles (la salud o la justicia no se dejan ver, pero están ahí y las apreciamos en su justo valor). Ya es hora de hacer ver que el dejarse ver, o el hacerse ver, no es lo que más importa. En ocasiones vale más hacerse oír. O dar que pensar.

Y la lengua, todas las lenguas, está en ello. Aunque no muestre lo que dice. Porque no es lo suyo. Y más bien sugiera, o suscite. O simplemente apunte. Sin el acopio de otras imágenes que aquéllas que la imaginación de cada cual, una actividad en franco desuso y abierta decadencia, fabrica y a mucha honra.

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