La televisión,
como un dios, está en todas partes y nos acosa. Es el ojo que nos amenaza
encerrado en su triángulo, ahora cuadrilátero. Todo lo ve y de todos es vista. 24
horas. Volvemos en unos segundos.
Tortura inenarrable. Vigilante ave carroñera. Inmisericorde y repugnante. Soez
e insultante. Hortera y paleta.
Alardea
de cósmica y es doméstica (en el peor sentido). Como las moscas… de todas las horas. Como las termitas,
arruina muebles e inmuebles. Roedora implacable. Rata de cloaca. Baste este
síntoma: su publicidad, que tuvimos por infecta en tiempos, es ahora su alivio.
Un respiro. El anuncio insustancial nos redime de la noticia falsa.
Las
mentiras inocuas de aquél, para las que nos hallamos alerta, nos vacunan en
cierta medida contra la gran MENTIRA de éstas. Bendito sea el spot. Y el
videoclip. Y la cuña. Lo que sea, mejor que la sumisión incondicionada al
insufrible y sacrosanto DEBER DE INFORMAR, manipulando ¿cómo no? deformando y
distorsionando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario