Un maniqueísmo obtuso, irracional o, lo que es lo mismo, digital, parece haber impuesto esta disyuntiva: o eres demócrata, o eres fascista. La foto en blanco y negro. Adiós a los grises (en otro sentido, alabado sea el adiós) y, de paso, a los colores. Como el fascismo, la democracia instaura su propio fanatismo. Como no soy fascista, pero tampoco demócrata, no voto. No puedo votar. No puedo comulgar (santa palabra) con un sistema que otorga el cielo a los queridos y manda al infierno a los malqueridos. Que encumbra a los poderosos y abate a los humildes, haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.
O todo o nada. En eso consiste el sistema. La única ventaja de la democracia (y no es poca) es que su fascismo es alternativo. Es como una puta que se va con el que mejor la paga. Es como un fascismo de quita y pon. Menos malo sin duda, pero no bueno. O alza usted la mano (o el puño cerrado, tanto da, el caso es alzar algo) como en un manos arriba a medias (qué casualidad), o deposita usted (y con él una confianza, en las ideas ausentes, que no en las personas presentes, de la que carece) su voto, que valdrá solo si suma a los que más tienen. Un asco.
Estoy condenado a perder todas las elecciones. Gane quien gane, yo pierdo. Por eso no voto. Sería masoquismo puro y duro contribuír a mi propia derrota, como arrojar piedras a mi propio tejado.
Me ha parecido muy interesante este texto pero he tenido que coger varias veces el diccionario... pero cuando he entendido todo me ha parecido bastante interesante lo que dice...
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